Es probable que, recientemente, te hayas encontrado con la palabra #apego en algún artículo, post o material relacionado con la psicología. Es un concepto que está cobrando mucha importancia últimamente, ya que proviene de un fenómeno que nos ha afectado a todos de forma directa.
¿Qué es el apego?
Aunque, coloquialmente, cuando hablamos de apego, nos referimos a la sensación de cercanía y cariño entre amigos, parejas, familiares... en este artículo, vamos hablar del apego en la infancia, explicando en qué consiste, qué tipos existen y cómo esta vinculación afecta a nuestra forma de pensar, sentir y relacionarnos a medida que nos desarrollamos y nos convertimos en adultos.
El término de apego, proviene de las investigaciones de John #Bowlby, un psicólogo inglés del siglo XX. Define apego como “una forma de comportamiento que tiene como consecuencia el permanecer junto a otra persona a la que se considera más capacitada para enfrentarse a la vida".
Durante nuestra infancia, las figuras de referencia más cercanas son nuestros padres/cuidadores, los cuales tienen la responsabilidad de cuidarnos y enseñarnos cómo funciona el mundo.
La #relación que se establece con ellos no es solo de proximidad, sino de conexión emocional, desde la cual podemos explorar nuestro entorno con #seguridad.
Desde la #neurociencia se ha descubierto que nuestro cerebro emocional (sistema límbico) se desarrolla mucho antes que nuestro cerebro racional (corteza prefrontal).
Aprendemos antes a sentir miedo que a regularlo y solucionar nuestros problemas. Por ello, nuestros padres deben ser nuestro cerebro racional hasta que termina de madurar.
Tipos de apego.
Dependiendo de la sensibilidad ante nuestras necesidades y la capacidad de respuesta de los adultos que tenemos cerca, podemos diferenciar cuatro tipos de apego:
1) Apego seguro
En el #apegoseguro, los adultos cercanos han entendido lo que necesitábamos y han invertido la energía suficiente para crear una zona segura desde la cual explorar, sabiendo que ellos están cerca, en el caso de que detectemos algún peligro; los percibimos como figuras en las que podemos confiar.
Han fomentado que adquiramos #independencia desde el acompañamiento, en función de nuestra etapa de desarrollo, poniéndonos tareas que éramos capaces de resolver, pero que requerían cierto esfuerzo para que nos enfrentásemos a pequeñas dosis de frustración.
Debido a este tipo de relación, desarrollamos resiliencia, estrategias de afrontamiento del estrés adecuadas y bajos índices de ansiedad y evitación.
2) Apego inseguro evitativo
En el #apegoinseguroevitativo, hemos aprendido que nuestros cuidadores no son una fuente de protección. Hemos intentado acercarnos a ellos cuando les necesitábamos y, de una forma o de otra, nos han rechazado.
Por ejemplo: padres distantes, exigentes, centrados en sacar el trabajo adelante, que no validan ni refuerzan nuestro aprendizaje a través de errores.
Debido a esto, hemos entendido que tenemos que ser autónomos, desconfiar de los demás y desarrollar nuestra parte cognitiva (pensamiento), que nos ayude a resolver problemas; dejando a un lado nuestra parte emocional, que puede percibirse como una carga.
Esto provoca que nos volvamos perfeccionistas, exigentes y solitarios, lo cual favorece que consigamos los objetivos que nos planteamos, pero supone una gran carga a largo plazo.
Las emociones nos acompañan, aunque no queramos escucharlas. Si no les hacemos caso, se canalizan de forma desagradable.
3) Apego ansioso ambivalente
En el #apegoansiosoambivalente, nuestros cuidadores nos han protegido desde la preocupación desmedida. Nos han transmitido que el mundo es amenazante y que les necesitamos cerca para sentirnos seguros.
Por ejemplo: padres sobreprotectores, excesivamente cercanos, que nos lanzan de forma frecuente mensajes relacionados con la necesidad de cuidarnos ante los peligros de nuestro alrededor.
Como consecuencia, nos volvemos dependientes, sintiendo un gran miedo cuando nos dejan solos o cuando nos tenemos que enfrentar a algún problema con autonomía.
Esto facilita que nos mantengamos alerta de forma constante, provocando que desarrollemos más nuestra parte emocional que nuestra parte cognitiva, estando pendientes de cualquier oportunidad para evitar nuestras emociones desagradables, llegando incluso a establecer relaciones disfuncionales, que no nos benefician, con tal de apaciguar nuestra ansiedad.
Conectar con nuestras emociones no significa que determinen cómo nos comportamos. Significa entenderlas, facilitarlas y regularlas de forma adecuada.
4) Apego desorganizado
En el #apegodesorganizado, las figuras de cuidado han sido también una fuente de maltrato. Hemos experimentado situaciones de negligencia, abuso y amenaza. Es probable que, además, hayamos aprendido a base de mensajes contradictorios ("te pego porque te quiero", "es la única forma de que aprendas").
Todo esto, ha provocado que permanezcamos en un constante instinto de supervivencia, utilizando la energía destinada a explorar el mundo en protegernos.
Hemos entendido que las relaciones se sustentan en violencia, normalizando las agresiones (físicas o verbales). Esto tiene unas graves consecuencias a la hora de relacionarnos con nuestros iguales, teniendo la tendencia de reproducir con los demás lo que hemos visto en casa.
Consecuencias en la edad adulta.
De acuerdo con la teoría del apego, el tipo de vínculo que hayamos desarrollado, determinará que tipo de estrategias ponemos en marcha para controlar las sensaciones desagradables asociadas al malestar o a la ansiedad producida por la falta de control sobre distintas situaciones.
Es lo que se conoce como estrategias de regulación emocional.
Existen numerosos patrones de afrontamiento, pero en este artículo vamos a hablar de algunos que proporcionan alivio a corto plazo, pero que mantienen el problema: lo que se conoce como estrategias desadaptativas.
Patrones de personalidad disfuncionales:
Tengo dificultades a la hora de relacionarme con mis iguales y con mi entorno.
Personalidad cuidadora: He aprendido que si cuido de los demás, me siento más válido. Es probable que anteponga las necesidades de los otros a las mías.
Personalidad perfeccionista: La exigencia sobre mi entorno me proporciona seguridad y calma.
Personalidad antisocial: Tengo tendencia a no cumplir las normas y desafiar a las figuras de autoridad.
Personalidad límite: Siento un gran temor por el abandono, lo cual provoca que establezca relaciones tóxicas para evitar conectar con mi vacío.
Consumo de drogas:
Busco evitación del malestar emocional a través del consumo de tóxicos.
Psicosomatización.
Mi cuerpo me transmite el dolor emocional que se ha acumulado y no se ha canalizado correctamente. Ej: Fibromialgia, colon irritable.
TCA
(Trastorno de Conducta Alimentaria): Busco control en la relación que establezco con la comida.
TOC
(Trastorno Obsesivo Compulsivo): Busco control en mi comportamiento, realizando rituales que reduzcan el malestar de mis pensamientos.
Disociación:
Tiendo a "evadirme" cuando me enfrento a un problema que provoca en mí sensaciones desagradables.
¿Qué podemos hacer para encontrarnos mejor?
Una vez conocidos los tipos de apego y las posibles consecuencias que pueden darse, es necesario hablar sobre qué podemos hacer para encontrarnos mejor.
En primer lugar, me parece importante recalcar que ser padre/madre/cuidador no es nada fácil. Lo más probable es que tus figuras de apego lo hicieron lo mejor que pudieron, dentro de sus capacidades.
Es comprensible sentir rencor, frustración y enfado por los patrones aprendidos que a día de hoy causan dolor, pero es beneficioso observar la relación que mantuviste con tus padres durante la infancia como algo ya inmodificable. Los patrones y tendencias que se han creado son estrategias que te han ayudado a sobrevivir, a convertirte en la persona que eres ahora.
Identificamos de dónde provienen los problemas indagando en el pasado, para abordarlos en el presente, evitando que sigan causando dolor en el futuro.
1.- En el caso del apego inseguro evitativo, donde se ha dado una mayor importancia a la parte cognitiva y a la necesidad de entender y razonar, es necesario abordar la conexión emocional: identifica cuáles son tus emociones, comprende su función, facilita su canalización y practica su regulación cuando sea necesario. Transmiten una gran cantidad de información acerca de cómo interpretas lo que te rodea: escúchalas como forma de validar una parte de ti.
Es un ejercicio de "quitarte la coraza"; a pesar de que un primer lugar vas a sentir vulnerabilidad, miedo y fragilidad, a medida que descubras cómo equilibrar la parte racional con la emocional, vas a percibir cómo sientes una mayor ligereza.
2.- En el apego ansioso ambivalente, como ya hemos visto, hay un mayor desarrollo emocional, con tendencia a experimentar preocupación, miedo y ansiedad. Es probable que tengas una gran dependencia de compañía (física y emocional) de tus seres queridos para sentir seguridad.
Intenta racionalizar tus miedos e inseguridades, exponiéndote poco a poco a aquello que te da tanto temor, entendiendo tus capacidades y tus limitaciones de forma objetiva, planteándote logros factibles, a corto plazo. La clave es permitir que las emociones desagradables te acompañen, no evitarlas. Conócelas y transmíteles tu deseo de que te dejen "margen de maniobra".
3.-En el apego desorganizado, no se ha priorizado la parte racional o emocional, sino la supervivencia. Esto provoca que cualquier tipo de conexión con el malestar, suponga un gran dolor, que se va a intentar evitar de forma desadaptativa. Es probable, por tanto, que se intente enmascarar la sensación de vacío a través de la violencia o a través de conductas de riesgo.
El primer paso, en este caso, consiste en la estabilización. Empieza por fomentar hábitos de autocuidado, haciendo un análisis de tus rutinas y tus tendencias, implementando estrategias de regulación adaptativa (haciendo ejercicios de relajación, canalizando las emociones y pensamientos a través del arte, practicando mindfulness, etc.), identificando, además, cuál es el discurso interno que tienes (qué es lo que sueles decirte), ya que es probable que haya rechazo y culpabilización.
Es necesario adquirir control sobre tu conducta antes de comenzar a sanar, porque el proceso es doloroso. Después, poco a poco, sería necesario abordar el trauma y cicatrizar heridas; experimentando enfado, rencor, vulnerabilidad, miedo… Para después, aprender nuevas formas de relacionarte con los demás y contigo.
Eres la única persona que te va a acompañar el resto de tus días: puedes hacerlo con desagrado, o intentando que el viaje sea lo más cómodo posible.
Modificar en solitario los patrones de comportamiento y pensamiento que llevan instaurados desde la infancia, puede ser excesivamente complicado. Es aconsejable hacerlo de la mano de una persona profesional, sobre la que puedas confiar, para, más tarde, convertirte en tu propio apego seguro.
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